domingo

El lobo en el cordero: cap 5, "La magia itinerante"

Cap 4 :whisky en baño materno ( capítulo no publicable)

Cap 5: La magia itinerante


La magia itinerante

Esa tarde la adivina de la feria; Maruca Candelero estaba aún sin su ropaje y sin su maquillaje. Su estado era deplorable. El sol ametrallante de aquel pueblo santafesino le daba en su dorada mollera. Sobre un tapial de medio metro se hallaba recostada. Detrás de ella sostenían esta fotografía de cuento de hadas negras y borrachas; los banderines coloridos, los compañeros mágicos, el circo ambulante y un escenario para salir a flote.

Escupía moco, temblaba, tenía la garganta como un rosal seco y atrofiado. Sin darme cuenta yo ya había empezado a protagonizar mi propia novela y estaba en esa parte en la que te arrancan el alma sin anestesia. Tampoco era casual que yo me haya enamorado del tango en esos días, no solo empecé a protagonizar mi propia historia ese verano, sino mi propio tango. El teléfono celular estaba cerca y aún olía a desencanto. Un par de viejas en chancletas me relojeaban desde sus casas con sus perros asalchichados. Mi mirada oscilaba entre los escupitajos que con poca solemnidad me había mandado y la lagartija que había sido atropellada por un camión en la ruta que atestiguaba la escena. Una sombra vino y no fue solo un ángel, fue además un pájaro, una ola reconfortante, un arboleda y una canción . Recibí el abrazo silencioso que evitó que me hunda en aquella hoguera de jazmines tufientos. “Vamos a lavarte la cara ”, me dijo. Y asi fue. Estuve cuarenta y cinco minutos maquillándome el alma. No era tarea sencilla, los ojos estaban casi invisibles, agotados, habían parido una catarata de desasosiego. La musculatura estaba tiesa y débil, una combinación nefasta, el cuerpo se me caía a un vacío hondo, no me pertenecía. Sin embargo el acordeón del músico empezó a sonar con uno de esos tangos que tanto me taconeaban la sonrisa, creo que era “el torito”. Y entre las perchas vacías de los vestuarios y la luna llena él no lo supo, pero yo le agradecí mas que nunca ese sonido. El ritual previo a subir a aquel escenario que tanto había servido de valija para llevarnos a pasear por infinitas sensaciones, me hizo doblar la esquina de mi misma para volver.

Y volví. Mis compañeros me trajeron, casi sin saberlo, de regreso. Esa noche, la función fue para ellos.

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